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Miembro maestro
Cinco minutos antes del mediodía del pasado miércoles la comisaría de policía de la localidad finlandesa de Tuusula recibía la llamada de auxilio de un alumno del centro de enseñanza media Jokela. Momentos antes, el joven de 18 años Pekka Eric Auvinen se disponía a entrar al centro cuando cruzó sus últimas palabras con la madre de una alumna a la que le preguntó empuñando una pistola: “¿A dónde vas?”, a lo que la mujer contestó temblando que tenía una cita con la profesora de su hija.
“Pues ya no hay cita”, le respondió antes de darse la vuelta y comenzar su “misión”.
A las 11.55, once minutos después de la llamada de auxilio, apareció la policía, que fue recibida por dos disparos del joven, sin que causara heridos. Increíblemente, los agentes decidieron no intervenir, alegando el “riesgo de herir a algún alumno”, y vieron cómo éste desaparecía dentro del edificio.
Dos horas después lo encontraron malherido con un balazo en la cabeza.
El resultado fue la directora del centro muerta, que al parecer era su objetivo principal y siete alumnos —cinco chicos y dos chicas— a los que disparó de forma aleatoria. La última bala se la reservó para su cabeza.
Se descubre, entonces, que el asesino había dejado colgado en la red su testamento con imágenes suyas apuntando con la pistola y el siguiente mensaje dirigido a sus víctimas y también a la Humanidad, a la que tanto desprecia, como ilustraba su camiseta, donde se la acusa de estar “sobrevalorada”.
Masacre en Virginia. 7.15 de la mañana. Dos jóvenes —un hombre y una mujer— son asesinados a tiros en la residencia estudiantil West Ambler Johnston, dentro del campus del Instituto Tecnológico de Virginia.
9.15 de la mañana. Un maestro y 29 alumnos mueren el centro de estudios Norris Hall, ubicado a unos 800 metros del lugar donde ocurrió el primer tiroteo.
Entre el primer y el segundo tiroteo transcurren dos horas, sin que nadie dé la voz de alarma. Ese transcurso de tiempo, la política comete el trágico error de no evacuar el campus y de interrogar a la persona equivocada, el novio de la víctima, quien fue acusado por la compañera de habitación de la fallecida de tener armas en su casa.
Este fallo permitió al estudiante de origen surcorerano Cho Seung-hui, de 22 años, darse el lujo de mandar por paquetería urgente a la cadena NBC un video con su testamento. Luego se dirigió a la escuela Norris Hall donde mató a 30 personas. La policía dejó de interrogar al único sospechoso cuando oyó los tiros. La última bala se la reservó para matarse.
Peleados con la vida. El joven finlandés y el joven surcoreano coincidieron también en dejar testimonio grabado en la red (y en el caso de Cho en la televisión) para disfrutar de una “gloria” póstuma, la de creerse que su sangrienta acción hará que finalmente sean respetados por la sociedad de la que se sintieron expulsados.
Auvinen colgó en YouTube varios mensajes donde mostraba su odio a los demás y anticipaba su trágico fin.
El joven se definía como un “existencialista cínico, un humanista antihumano, un darwinista social antisocial, un idealista realista y un ateo endiosado”.
“Ya he tenido bastante. No quiero formar parte de esta mierda de sociedad”, afirmaba en la página web de YouTube, que ya ha sido retirada de internet.
Cho, por su parte, dice en su mensaje de despedida: “Han destrozado mi corazón y violado mi alma. Pensaron que llevaba una vida de joven patético y la estaban extinguiendo. Gracias a ustedes muero como Jesucristo, para animar a generaciones de débiles e indefensos”.
“Ya he tenido bastante. No quiero formar parte de esta mierda de sociedad (...). Estoy preparado para luchar y morir por mi causa. Yo, como un selector natural, eliminaré a todos aquellos a quienes considere incapacitados, vergüenzas de la raza humana y fracasos de la selección natural”: Pekka Erik Auvinen
“Ustedes tuvieron cien millones de oportunidades y maneras para evitar lo de hoy (...). Pero decidieron derramar mi sangre. Me arrinconaron y sólo me dieron una opción. La decisión fue suya. Ahora tienen sangre en sus manos y nunca las podrán lavar”: Cho Seung-hui
Perfil
* La computadora, vía de escape de la frustración
Los asesinos del instituto Columbine, de la universidad de Virginia y del centro de enseñanza media de Finlandia presentan rasgos comunes que podría ayudar a identificar a potenciales criminales, según anuncian psicólogos que han estudiado estos casos.
Se trata de jóvenes marginados, autoexcluidos de la sociedad —frecuentemente objeto de burlas de sus compañeros de estudio o trabajo, o infravalorados por padres que le exigen ser competitivos—, que encontraron en Internet un refugio frente a ese entorno cercano, del que se sienten agredidos, y además una herramienta para gestar su venganza.
En el ilimitado mundo del ciberespacio sucumben a la fascinación de las armas y la violencia en portales y chats que incitan al odio o exaltan la muerte, como las webs “góticas”.
En este caldo de cultivo las mentes enfermas de estos futuros suicidas confunden la cobardía que supone morir matando con una malentendida “glorificación” del asesinato y el martirio.
“Pues ya no hay cita”, le respondió antes de darse la vuelta y comenzar su “misión”.
A las 11.55, once minutos después de la llamada de auxilio, apareció la policía, que fue recibida por dos disparos del joven, sin que causara heridos. Increíblemente, los agentes decidieron no intervenir, alegando el “riesgo de herir a algún alumno”, y vieron cómo éste desaparecía dentro del edificio.
Dos horas después lo encontraron malherido con un balazo en la cabeza.
El resultado fue la directora del centro muerta, que al parecer era su objetivo principal y siete alumnos —cinco chicos y dos chicas— a los que disparó de forma aleatoria. La última bala se la reservó para su cabeza.
Se descubre, entonces, que el asesino había dejado colgado en la red su testamento con imágenes suyas apuntando con la pistola y el siguiente mensaje dirigido a sus víctimas y también a la Humanidad, a la que tanto desprecia, como ilustraba su camiseta, donde se la acusa de estar “sobrevalorada”.
Masacre en Virginia. 7.15 de la mañana. Dos jóvenes —un hombre y una mujer— son asesinados a tiros en la residencia estudiantil West Ambler Johnston, dentro del campus del Instituto Tecnológico de Virginia.
9.15 de la mañana. Un maestro y 29 alumnos mueren el centro de estudios Norris Hall, ubicado a unos 800 metros del lugar donde ocurrió el primer tiroteo.
Entre el primer y el segundo tiroteo transcurren dos horas, sin que nadie dé la voz de alarma. Ese transcurso de tiempo, la política comete el trágico error de no evacuar el campus y de interrogar a la persona equivocada, el novio de la víctima, quien fue acusado por la compañera de habitación de la fallecida de tener armas en su casa.
Este fallo permitió al estudiante de origen surcorerano Cho Seung-hui, de 22 años, darse el lujo de mandar por paquetería urgente a la cadena NBC un video con su testamento. Luego se dirigió a la escuela Norris Hall donde mató a 30 personas. La policía dejó de interrogar al único sospechoso cuando oyó los tiros. La última bala se la reservó para matarse.
Peleados con la vida. El joven finlandés y el joven surcoreano coincidieron también en dejar testimonio grabado en la red (y en el caso de Cho en la televisión) para disfrutar de una “gloria” póstuma, la de creerse que su sangrienta acción hará que finalmente sean respetados por la sociedad de la que se sintieron expulsados.
Auvinen colgó en YouTube varios mensajes donde mostraba su odio a los demás y anticipaba su trágico fin.
El joven se definía como un “existencialista cínico, un humanista antihumano, un darwinista social antisocial, un idealista realista y un ateo endiosado”.
“Ya he tenido bastante. No quiero formar parte de esta mierda de sociedad”, afirmaba en la página web de YouTube, que ya ha sido retirada de internet.
Cho, por su parte, dice en su mensaje de despedida: “Han destrozado mi corazón y violado mi alma. Pensaron que llevaba una vida de joven patético y la estaban extinguiendo. Gracias a ustedes muero como Jesucristo, para animar a generaciones de débiles e indefensos”.
“Ya he tenido bastante. No quiero formar parte de esta mierda de sociedad (...). Estoy preparado para luchar y morir por mi causa. Yo, como un selector natural, eliminaré a todos aquellos a quienes considere incapacitados, vergüenzas de la raza humana y fracasos de la selección natural”: Pekka Erik Auvinen
“Ustedes tuvieron cien millones de oportunidades y maneras para evitar lo de hoy (...). Pero decidieron derramar mi sangre. Me arrinconaron y sólo me dieron una opción. La decisión fue suya. Ahora tienen sangre en sus manos y nunca las podrán lavar”: Cho Seung-hui
Perfil
* La computadora, vía de escape de la frustración
Los asesinos del instituto Columbine, de la universidad de Virginia y del centro de enseñanza media de Finlandia presentan rasgos comunes que podría ayudar a identificar a potenciales criminales, según anuncian psicólogos que han estudiado estos casos.
Se trata de jóvenes marginados, autoexcluidos de la sociedad —frecuentemente objeto de burlas de sus compañeros de estudio o trabajo, o infravalorados por padres que le exigen ser competitivos—, que encontraron en Internet un refugio frente a ese entorno cercano, del que se sienten agredidos, y además una herramienta para gestar su venganza.
En el ilimitado mundo del ciberespacio sucumben a la fascinación de las armas y la violencia en portales y chats que incitan al odio o exaltan la muerte, como las webs “góticas”.
En este caldo de cultivo las mentes enfermas de estos futuros suicidas confunden la cobardía que supone morir matando con una malentendida “glorificación” del asesinato y el martirio.